jitanjáfora

Una vez visité la tumba de Cortázar. En realidad no fue nada premeditado. Ni siquiera sabía que estaba enterrado allí (y además tampoco me gustan demasiado sus cuentos) Yo paseaba, simplemente, por el cementerio de Montparnasse en mi primera visita a Paris, cuando oí hablar en castellano. Es en esos momentos que te sigues sintiendo extranjero, cuando el sonido de unas palabras familiares te hace reaccionar. Era una pareja de mi edad, aunque quizá ella fuese un poco mas joven. Me quedé mirándolos un rato. Antes de irse, dejaron unos papeles sobre la tumba. Me acerqué (quién no lo habría hecho). Estaba cubierta casi por completo de papeles, algunos cuentos, dedicatorias y unas cuantas “rayuelas”. Me sentí bastante estúpido ante esas manifestaciones de devoción por una literatura que nunca me ha interesado. Me entretuve leyendo algunas de ellas. La mayoría no pude ni siquiera terminarlas de pura vergüenza ajena. Sin embargo, una tal Cristina firmaba este texto (mucho tiempo después supe que era de Alberti):

El diablo liebre,
fiebre,
notiebre,
sepilitiebre,
y su comitiva,
chiva,
estiva,
silipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.

Me pareció muy curioso. No había ningún otro texto que la acompañase, solo la firma. Y ese galimatías, que en su momento atribuí al propio Cortázar. No sé por qué, pero tuve la impresión de que había sido la mujer que acababa de ver junto a la tumba y salí apuradamente en busca de la pareja. Me moría de curiosidad. Estuve dando vueltas durante un rato, pero no los volví a ver.
Volví junto a la tumba. Me quede un rato dándole vueltas al texto, intentando desentrañar un significado, intentando encajarlo en alguno de sus libros, buscando trampas, acrósticos, combinaciones inverosímiles, mensajes ocultos. Pero nada. Recuerdo que anoté en mi agenda algunas líneas, aunque no he conseguido encontrarlas. Quizá hubiesen servido a terminar algo mejor este cuento.